lunes, 26 de diciembre de 2011

CASTAÑEDA Y ALVAREZ DE LA ROSA, EMBAJADORES SIN PAR.

Castañeda y Álvarez de la Rosa Rodolfo Echeverría Ruiz / El Universal echeverriarodol@prodigy.net.mx Ante el desolado panorama ofrecido por la deplorable actuación de politiqueros al uso –provenientes de uno o de otro partido, lo mismo da– y ante la escandalosa incompetencia de ciertos servidores públicos improvisados –no pocos de ellos encaramados hasta los niveles más altos del gobierno panista–, conviene traer a la memoria alguna referencia, así sea breve, acerca de nuestros mejores hombres públicos contemporáneos cuyo pensamiento y acción contribuyó, en grado sumo, al desarrollo del Estado democrático y a la respetabilidad y a la prestancia internacionales de México. Dentro de dos días se ajustarán 14 años de la muerte de Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa. Dedico estas líneas a uno de mis jefes y amigos durante el tiempo en que me desempeñé como embajador de México en La Habana (1982-1985). En abril de 1972, don Jesús Reyes Heroles me presentó a don Jorge en Santiago de Chile. Se reunía allí la III Conferencia de la ONU para el Comercio y el Desarrollo (UNTAD). Acababa de llegar al poder Salvador Allende al frente de una coalición democrática integrada por partidos de la verdadera izquierda nacional chilena. Don Jorge fungía entonces como embajador mexicano ante los organismos internacionales de la ONU con sede en Ginebra y, en ese carácter, se encontraba en la capital chilena. Sus hábiles gestiones fueron decisivas para aprobar, en el curso de un largo proceso posterior, la Carta de los Deberes y de los Derechos Económicos de los Estados, original iniciativa mexicana vigente hoy. Siempre agradeceré a don Jesús aquel primer encuentro con don Jorge, ya embajador emérito ese día y situado en la casi cúspide de una consistente carrera diplomática cuyos méritos en campaña lo conducirían hasta el timón de nuestras relaciones exteriores en tiempos tempestuosos y exigentes. A esa comida celebrada en la capital chilena asistió don José Iturriaga, también queridísimo amigo ya desaparecido, a quien tanto debo y de quien siempre tendré un recuerdo lleno de admiración y de profundo cariño filial. La prolongada carrera diplomática de don Jorge –ingresó al servicio exterior en calidad de vicecónsul– testimonia el sostenido esfuerzo de un diplomático dedicado por entero al impulso y a la defensa del interés nacional mexicano. Sirvió larga y eficazmente a nuestra política exterior. A continuación me referiré sólo a algunas de sus más relevantes tareas. Fue delegado alterno en la ONU cuando el titular era don Luis Padilla Nervo, a quien don Jorge reconocía como maestro suyo. Fungió varias veces como representante de México ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas. Actuó como embajador en Egipto y en Francia. Gracias a Castañeda México volvió a ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. El subsecretario de entonces, el respetable Manuel Tello Macías, se oponía a ello de manera frontal. Castañeda tuvo la grandeza de pedirle que expusiera su punto de vista contrario ante el propio presidente de la república. También se debe a Castañeda el ingreso de México a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Y tuvo la generosidad de nombrar a su antiguo maestro don Luis Padilla Nervo representante de México ante esa comisión. Es importante subrayar que don Jorge fue activo jefe del servicio exterior de carrera y supo defender con eficaz inteligencia el papel decisivo de la cancillería dentro de la organización interna del gobierno federal. Hacia 1961, Castañeda y Álvarez de la Rosa escribió: "La vecindad de México con los Estados Unidos de América, la historia anterior a la conquista y la dominación españolas, han dado un sello característico a la política internacional de México. La actitud de México frente al exterior ha sido cautelosa y reservada y su política internacional esencialmente defensiva. De allí el valor especial atribuido a algunos principios a través de su historia y la preeminencia de ciertos objetivos internacionales sobre otros". Castañeda no sólo conocía a fondo y respetaba con lealtad los principios de nuestra política exterior, también los explicaba y defendía con fundamento histórico, rigor intelectual y hábil eficacia en los complejos terrenos concretos de las realidades y de los conflictos internacionales. En septiembre de 1979, durante la reunión de jefes de Estado en la VI Conferencia Cumbre de Países No-Alineados, Castañeda y Álvarez de la Rosa anunció: "El gobierno de México ha reconocido como nuevo Estado de la comunidad internacional a la República Árabe Sahraui Democrática". Una prueba más de la notable independencia de la política exterior mexicana. Desde muy joven estuvo ligado a las ideas republicanas españolas. Aún recordamos las palabras de don Jorge al imponer la Orden del Águila Azteca a Wenceslao Roces, filósofo español, ilustre maestro en la UNAM y traductor de El capital a nuestra lengua. Recuerdo con nitidez una larga reunión de trabajo que don Jorge, canciller de México, y Fidel Castro, presidente de Cuba, sostuvieron en el Palacio de la Revolución en marzo de 1982. El dirigente cubano se hizo acompañar por Carlos Rafael Rodríguez, vicepresidente del Consejo de Estado. Miguel Marín, secretario de Castañeda, y yo, embajador en La Habana, estábamos al lado de nuestro secretario de Relaciones Exteriores. Meses antes se había celebrado con éxito en Cancún la reunión Norte-Sur, organizada por México. Don Jorge acudía de nuevo a La Habana a fin de comentar con el gobierno de la isla las incidencias y los alcances de aquel tan significativo encuentro de líderes mundiales y con el propósito de mantener y consolidar la alta categoría de nuestra relación bilateral. Castañeda y Álvarez de la Rosa llevó al cabo muchas tareas trascendentales para nuestro país. Quisiera hoy rememorar su talentosa actuación ante los conflictos bélicos vividos durante aquellos años en Centroamérica –Nicaragua, El Salvador– y su destacadísimo desempeño durante las conferencias del mar celebradas en diversas partes del mundo –la ultima en Caracas (1974)–, en cuyo seno se alcanzó una resonante y decisiva victoria del interés nacional al ampliarse hasta 200 millas la zona económica exclusiva: el mar patrimonial mexicano. Ello supuso la duplicación del tamaño de nuestro territorio, entre otros muchos de sus relevantes logros políticos y económicos. Don Jorge conocía como pocos en el mundo los entresijos, las limitaciones y las posibilidades de la ONU. Era refinado jurista, sólido teórico y diestro práctico del derecho internacional. Hoy lo recuerdo con respeto y gratitud.

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