domingo, 2 de octubre de 2011

Eduardo Ibarra: Crimen Organizado.

Utopía

Los 50 y el crimen organizado

Eduardo Ibarra Aguirre

Célebre por ser la sede del llamado cártel del Golfo, la fronteriza Matamoros, Tamaulipas, que los nativos orgullosos le anteponen la H de heroica y aclaran que lo es tres veces porque nuestros antepasados resistieron primero a los ocupantes franceses y dos ocasiones a la invasión estadunidense, nunca pudo sobreponerse, sin embargo, a que los hombres de Juan García Ábrego sentaran sus reales.

La ocupación por el crimen organizado se remonta a cuando Juan N. Guerra, mejor conocido en esos ámbitos como Don Juan o El Padrino, tío de Juan García, ponía y quitaba autoridades y funcionarios de cargos elección popular, eliminaba a sangre y fuego a sus competidores y enemigos en el muy rentable negocio del contrabando y la trata de personas.

Entonces ninguna voz gubernamental, ni tamaulipeca ni federal, montaba siquiera escenográficamente operativos militares o policiacos para acotar, mucho menos para enfrentar, el embrión de lo que hoy domina en Chihuahua, Durango, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Sinaloa, Tamaulipas y Veracruz cuando menos, y alarma al país entero.

Nunca se desmintió, ni en público ni en privado, la estrecha relación, por lo menos amistosa, entre Raúl Salinas Lozano y Juan N. Guerra. Tan presuntamente cercana que los descendientes del primero –Raúl, Carlos, Enrique, Sergio y Adriana– le decían tío a Nepomuceno y le besaban la mano.

La voz popular hizo célebres los viajes que los niños Salinas de Gortari realizaban desde Agualeguas, Nuevo León, hasta el rancho del temido y, por ello, respetado matamorense. Cuenta la leyenda, que ocupaban varios días porque el recorrido lo realizaban a caballo y de noche acampaban para descansar.

Mito o realidad, el hecho periodísticamente verificado es que durante 1988-2004 sólo fueron combatidos los corporativos criminales que operaban en el Pacífico mexicano. Y cuando fue cateado el rancho de Juan N. Guerra únicamente le fincaron responsabilidad judicial por tener en la casa una pistola 45 de uso reglamentario del Ejército.

De tragicomedia. Era el sexenio del saqueo de las riquezas nacionales para propósitos extraordinariamente privados. Es, se decía mañana, tarde y noche, la ruta directa que conducirá a México al primer mundo.

En este quinquenio de Felipe Calderón, de ruptura de los pactos no escritos entre el poder público y los barones de los estupefacientes y sustancias sicotrópicas, la piratería y “el derecho de piso”, el secuestro y la trata de personas, la pornografía infantil y el tráfico de personas y de órganos, señores de los que sólo se exhibe a los capos operativos, vale la pena rescatar un hecho de mi niñez en Matamoros.

En la segunda mitad de los años 50, seis de los nueve Ibarra Aguirre vivíamos a dos cuadras de la plaza Allende, la de los sectores populares, y tres cuadras más adelante está ubicado el mercado Juárez, donde en horas de la madrugada ajustaban cuentas los enemigos de Juan Nepomuceno, el más temido y sanguinario cacique que se recuerde en la localidad, y sus pistoleros. Otro era el cacique sindical Agapito González, quien al lado del primero resultaba una caricatura.

Me despertaba sobresaltado con frecuencia en horas de la madrugada, por el estallido de los plomazos y las ráfagas de metralleta, mientras una mano protectora, la de mi padre Catarino Ibarra Torres, me acariciaba la cabeza simultáneamente a que me decía: “No pasa nada. No pasa nada. Ya duérmase, cabrón muchacho”.

Transcurrieron las décadas y los bisnietos del llamado cártel y sus competidores expandieron sus tentáculos por la geografía nacional, coparon los espacios que el Estado y sus gobernantes declinaron por excelente comisión o pactada omisión.

Acuse de recibo

“No pasa nada, aunque compañeros como Rapel, el caricaturista, y otro colega hayan decidido dejar Veracruz e irse a otro estado ante la inseguridad y las amenazas al trabajo periodístico. Y otros más han hecho lo mismo. Aunque a pesar de esto nuestro amigo Alfonso Salces publica lo que ocurre en el puerto a riesgo de su integridad, no obstante la infausta experiencia de haber asesinado a dos de sus colaboradores y la familia de uno de ellos (esposa e hijo). Creo que el estilo de gobernar no es sólo de los panistas sino de los priístas como Duarte de Ochoa”. El comentario es de Francisco Salinas, director de la Agencia Nacional de Noticias, en torno a Barbarie o no pasa nada (30-IX-11)… El Centro de Periodismo y Ética Pública advierte que “Los asesinatos de los periodistas Rocío González Trápaga, Ana María Marcela Yarce Viveros y Humberto Millán Salazar siguen impunes y las investigaciones estancadas”... Y el Comité para la Protección de los Periodistas “está preocupado por informes de prensa sobre la desaparición del periodista Manuel Gabriel Fonseca Hernández en Acayucan, Veracruz. Los amigos de Fonseca inicialmente indicaron que había desaparecido el 20 de septiembre, según los partes de la policía”… La abogada Norma Falcón concluye sobre PAN, renovarse o morir (26-IX-11): La mentira dura, mientras la verdad llega”.

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