martes, 3 de enero de 2012

EL EURO LLEGA A SU ETAPA CRÍTICA TRAS 10 AÑOS DE TURBULENCIA.

El año que el euro vivió en peligro

Amílcar Morales / Prensa Latina
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La eurozona entró al 2011 con mucha incertidumbre sobre la evolución de la crisis de la deuda pública que afectó a Grecia, Irlanda y Portugal, amenazó con extenderse a otros países y puso en peligro la existencia del euro.
En enero la moneda común se cotizaba por debajo de 1.30 respecto al dólar estadunidense y, si bien ésta no era la peor marca de su historia, tampoco dejaba mucho margen para el optimismo.
Los primeros meses del año, sin embargo, transcurrieron en una relativa calma y el euro llegó a rozar la banda del 1.50 en mayo, lo cual hizo pensar a algunos que las turbulencias financieras desatadas en 2010 se habían neutralizado.
Fue justo entonces cuando el gobierno griego anunció que el costoso programa de rescate de 110 mil millones de euros aprobado un año antes, a cambio de dolorosos recortes sociales, desempleo y privatizaciones, simple y llanamente había fracasado.
A pesar de las cuantiosas erogaciones, los principales indicadores económicos de Atenas estaban en franco retroceso y la nación helena se encontró, una vez más, al borde de la bancarrota y con necesidad de un segundo programa de salvación.
Muchos gobiernos encendieron sus alarmas porque la quiebra de ese país afectaría a los principales bancos europeos, propietarios de miles de millones en títulos de deuda griega.
Para colmo, las agencias calificadoras rebajaron esos títulos a lo que en la jerga de los mercados se denomina "bonos basura", cerrando así el lazo en torno a una economía técnicamente asfixiada.
En realidad la llamada crisis griega no hizo sino poner de relieve las deficiencias en el diseño de la moneda común, así como el desacierto de los programas de ajuste implantados para contener la situación y evitar un efecto dominó en toda la región.
Cuando se decidió la unión monetaria, en enero de 1999, se hizo sin considerar las grandes diferencias de los países involucrados. Entre los 17 estados asociados, de los 27 que integran la Unión Europea, existen distintos grados de rigor presupuestario que van desde el extremo control de gastos e ingresos en Alemania, hasta quienes estuvieron dispuestos a "maquillar" sus cuentas para entrar o permanecer en el grupo.
Hay también disparidades en cuanto a desarrollo industrial, productividad, empleo, ingresos y bienestar social.
Las desproporciones entre el núcleo duro, formado por Alemania, Francia, Holanda y Austria, entre otros, y los de la periferia, como Portugal, Grecia, España o Italia, en lugar de desvanecerse, se profundizaron hasta detonar en 2011.
La muestra del carácter estructural de estas diferencias, y de la crisis en sí, se refleja en la evolución del contenido de las cumbres de jefes de Estado y de gobierno a lo largo de este año.
Hasta septiembre, tales reuniones tenían como objetivo contener la crisis en los países afectados, pero después y sobre todo hacia el fin de año, se trataba de salvar al euro y preservar de alguna manera la Eurozona y la misma Unión Europea.
El deterioro progresivo de la economía hizo rebajar la perspectiva de crecimiento en 2011 para toda la UE y forzó a varios gobiernos a aplicar duros planes de austeridad que golpearon a la población.
Las agencias calificadoras impusieron, por su parte, una vigilancia negativa sobre las notas de la deuda soberana y el Banco Central Europeo abatió la tasa de interés hasta un inédito uno por ciento para abaratar los créditos y aliviar la presión.
Así y todo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos dictaminó una recesión ligera en la Eurozona durante el cuarto trimestre de 2011 y el primero de 2012.
Muchos analistas tratan de responder a la pregunta de ¿por qué no hay mejoría, a pesar de la multiplicación de reuniones y acuerdos firmados por los gobernantes?
La respuesta parece estar en la naturaleza misma de las medidas adoptadas, dirigidas a salvar a los bancos y el sistema financiero, pero no a estimular la inversión, generar desarrollo económico, crear empleos y fortalecer la capacidad de consumo de la población. Éste fue precisamente el meollo de la protesta social extendida a lo largo del año por casi todo el continente con el reclamo de poner primero a la gente y después a las finanzas.
La fuerza de los indignados llegó a ser tal que las autoridades francesas prohibieron su ingreso a Cannes durante la reunión del Grupo de los 20, el 3 y 4 de noviembre, y obligó a realizar la Cumbre de los Pueblos en Niza, a 30 kilómetros de distancia.
Cuando se encaró la última cita europea del año, el 8 y 9 de diciembre, estuvo precedida del dramático anuncio de que se trataba, quizás, de la oportunidad final de salvar al euro y al bloque en su conjunto.
Los gobiernos de Francia y Alemania propusieron un proyecto de máximo rigor fiscal para enfrentar la crisis y reestructurar los tratados de la Unión Europea, aunque la oposición británica liquidó la posibilidad de lograr la unanimidad requerida para cambiar los pactos fundamentales.
París y Berlín consiguieron reunir a 26 países en torno a un acuerdo intergubernamental que debe firmarse en marzo de 2012. La estrategia prevé otorgar a la Comisión Europea la autoridad para revisar los borradores de los presupuestos nacionales y –si lo considera necesario– imponer cambios en los mismos.
Los países incapaces de mantener su déficit por debajo del 3 por ciento del producto interno bruto, o su deuda en menos del 60 por ciento de este indicador, serán objeto de sanciones automáticas.
Se impone, asimismo, la denominada Regla de Oro, la cual consiste en incorporar en las constituciones de cada Estado el compromiso de respetar las nuevas normas.
Las principales críticas a este acuerdo son que, una vez más, carece de medidas urgentes para estimular el consumo y la economía, y soslaya problemas de gran impacto popular, como el desempleo y el alza del costo de la vida.
En estos 12 meses tres gobiernos cayeron como consecuencia de la crisis, el de Giorgios Papandreus, en Grecia; Silvio Berlusconi, en Italia, y José Luis Rodríguez Zapatero, en España.
Respecto al costo social de estas turbulencias, basta señalar que en toda la Eurozona 16 millones 294 mil personas finalizan 2011 sin un puesto de trabajo.
La crisis de la deuda devino en crisis social y el euro finaliza tan deprimido como comenzó el año, por debajo de la tasa de 1.30 respecto al dólar estadunidense, sólo que ahora tiene sobre sí una amenaza real a su existencia.

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